19.7.14






El centinela insomne.

Marcos el Eremita ha distinguido -como refutación a los mesalianos- diferentes momentos de la tentación: está la prosbolē, la insinuación inocente, que lo es hasta el consentimiento culpable; y más allá se encuentra la pasión propiamente dicha, que es un habitus; y todavía más allá está la esclavitud (aikhmalōsía), un hábito que se ha convertido en segunda naturaleza. Muchos otros autores han adaptado y perfeccionado este sistema que se basa en un profundo psicoanálisis; lo hizo especialmente san Juan Clímaco, de quien depende Hesiquio.

La prosbolē, por lo tanto, abre “la entrada del corazón, incluso a la monologistós émphasis, a la pura y simple imagen o representación de algo malvado que desagrada a Dios” [25]. Es decir, lo que “los padres llamaron prosbolē es la insinuación [...] que se ve seguida de reflexiones [logismoi] que dialogan emocionalmente con ella".

Juan Clímaco [26] sostiene al respecto que:

La prosbolē ha sido definida por los santos padres como una simple palabra o imagen, relacionada con un objeto, que recientemente se ha introducido en el alma. Por eso llamamos syndyasmós: acercamiento o unión [27], al hecho de conversar, lleno de pasión o sin ella, con el objeto insinuado [28].

Y el Clímaco continúa:

Ellos llaman consentimiento [sygkatáthesis], a la aceptación complaciente del objeto presente por parte del alma; y esclavitud [aikhmalosía], al impulso violento e involuntario [akoysion] del corazón hacia el objeto manifiesto; incluso a la larga convivencia con éste. Todo esto implica la destrucción del excelente estado en el que previamente nos hallábamos.

Y así definieron a la palē, a la lucha: se trata una potencia equivalente a la del adversario y que, libremente [ejercida], concede la victoria o hace sufrir la derrota. Y nos enseñan que la pasión propiamente dicha es la que se incumba durante mucho tiempo en el alma, y la que se lleva como una especie de hábito través de la costumbre adquirida en relación a tal objeto, al cual el alma se acerca con un movimiento espontáneo [29].

El Clímaco finalmente pone la nota moral en cada una de estas tres etapas de la tentación. Para nuestro propósito, será suficiente notar que la primera etapa (la simple insinuación) no es todavía pecado (anamártaton); y que la segunda no se ve privada del todo... Este es un punto definitivamente aceptado desde Marcos el Eremita en adelante [30]; y los ascetas griegos no se cansarán de repetirlo [31].

La nēpsis, método de guerra espiritual, tiene la función de guiar a la defensa; y su cualificación más especial es la de vigilar sobre los imprevistos: mantener el espíritu alerta para golpear al adversario desde su primer intento de aproximación. Es por esto que la nēpsis se denomina: atención pura, custodia del corazón o del espíritu.

Es éste un lugar común en la espiritualidad oriental. Se ha repetido con insistencia, en todos los tonos posibles, la necesidad de interrogar a todo pensamiento (prosēkhein eayto) que se haga presente [32]; hay que preguntarles: ¿Eres de nuestro grupo o del grupo adversario? [33]. Es necesario aplastar la cabeza de la serpiente [34], porque si no, como dice san Gregorio de Nisa: por ahí, por donde la serpiente sea capaz de pasar la cabeza, nadie podrá evitar que pase todo su cuerpo [35]. Es necesario destruir a los hijos de Babilonia aplastándolos contra la piedra antes de que crezcan y se hagan fuertes [36]. Siempre aparece la misma idea bajo una variedad de imágenes: ¡Principiis obsta! - ¡Resiste desde el principio!

Esta idea domina toda la estrategia moral del territorio bizantino, al punto tal que ningún libro ascético podrá omitirla a causa de la fidelidad a la tradición [37]; y mucho menos las varias antologías [38]. Pero este principio estratégico supone una atención siempre alerta, sin distracciones, sin negligencia. Prosekhē, rembasmós y lēthē [prestar atención, divagar y olvidar], son otros conceptos esenciales en estrecha relación con la nēpsis. En lo que respecta a la atención, los hesicastas fueron capaces de fundar tal exigencia sobre las más grandes autoridades filosóficas y teológicas.

Epicteto tiene un capítulo entero sobre la perí prosekhē, y contiene una severidad difícilmente superable [39]:

Cuando reduzcas por un instante tu atención, no te engañes con poder reanudarla según tu parecer; por el contrario, ten por cierto que el error de hoy inevitablemente habrá de empeorar en el mañana. En primer lugar, es así como se desarrolla el más temible de todos los hábitos: el de no prestar atención; luego viene el hábito de postergar la atención [...].

Y si algunos sostienen que tal atención continua ha de convertirse en una tensión insoportable, Epicteto responde empleando precisamente este término y de forma perfecta: tetásthai ten psykhēn – hay que mantener el alma tensa; lo cual indica un estado adquirido y duradero.

Pero no es necesario recurrir a los estoicos. He aquí san Basilio, el gran moralista de oriente, quien tiene todo un sermón sobre esta expresión; la misma que en la santa escritura aparece más de una vez, tanto en plural (“Cuídense - prosekhō”, Luc. 12:1), como en singular (Dt. 15:9). Este es, precisamente, el pasaje que Basilio toma como texto, el mismo que Hesiquio cita al comienzo de su primera Centuria y que pareciera referirse a la homilía basiliana [40].

Basilio establece, antes que nada, que el pecado del pensamiento se comete más fácilmente que el pecado de la acción; por lo tanto, se hace necesario una mayor vigilancia del propio interior. Y si los animales hacen por instinto aquello que les es necesario para defender la integridad de su ser, el hombre tiene que hacerlo libremente, voluntariamente, a través de la atención. Ahora bien, esta atención es doble: está la visión del cuerpo, que no puede comprender la totalidad del ser -ni tampoco la del propio cuerpo- debido a que el ojo no ve por sí mismo; y está la visión “periscópica” de la inteligencia (pantakhóthen seaytón periskópei).

Se exige que la atención del espíritu sea continua y universal, porque siempre y en todas partes el demonio no cesa de tender sus insidias. Es necesario estar atentos a nosotros mismos; es decir, prestar atención a nuestra alma e inteligencia, pues el cuerpo no somos nosotros sino que es nuestro; y los objetos no son nuestros sino que están a nuestro alrededor. Por lo tanto, es necesario que el alma se mantenga vigilante. El attende tibi ipsi [Pon atención sobre ti mismo] resuena como estribillo a lo largo de toda esta larga homilía. “No bastaría un día entero si quisiera exponer todo el alcance de este precepto: ‘Estén atentos de ustedes mismos, sean sobrios’ [nēphálios]” [41].


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25. C. 2, PG 93, 1481 B.
26. Gradus 15, PG 88, 896 D (Cf. ed. Ital. Scala Paradisi, 2 vol., SEI, Torino, 1941).
27. Esta fase es simplemente llamada: synomlía | dialogo, intercambio |; v. Máximo el Confesor, Alia cap., n. 232, PG 90, 1457 A.
28. Cf. PG 28, 1397 D y ss.
29. Ibíd. C. 896 D y ss.
30. De Leg. Spir. 140-142, PG 65, 921 D y ss.; c. De baptismo, I, c. 1013-1021.
31. Pseudo-Atanasio, PG 28, 1397 D; Nicodemo el Hagiorita, san Máximo el Confesor, etc.; cf. san Agustín, De serm. Dei in monte, PL 34, 124 y ss.
32. Basilio, Homilia in illud: Attende tibi ipsi, PG 31, 197 C – 218 B.
33. Evagrio, Antirrético, Orgueil 17.
34. Historia Monach. VIII, 14; Nilo, Discurso ascético, 39.
35. In Orat. Dom. IV, PG 44, 1172 A s.
36. Hesiquío, I, 27 y ss. PG 93, 1488 D.
37. Doroteo, Doctrina XI, 3-4, PG 88, 1737 CD.
38. Antíoco, Pandectes, Logos 81.
39. Arriano, Diatribas, 1. IV, c. 12.
40. Hesiquio, I, 2.
41. No. 5, PG 31, c. 208 B.


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